Llevo varias años trabajando con familias pobres. Por trabajo, a menudo tengo entrevistas con gente con muy pocos ingresos que están teniendo problemas para acceder al anémico estado de bienestar americano. Hablo con ellas, les pregunto por su situación, repasamos sus ingresos y gastos, evaluamos qué opciones tienen. Aunque hace una temporada que estoy menos sobre el terreno (me tienen más en la oficina estos días), a menudo me sorprende como gente que está en situaciones casi desesperadas es capaz de gastar sus magros ingresos de forma bastante irracional. Familias que no llegan a fin de mes pero pagan $120 al mes en televisión por cable, por ejemplo. Gente con alquileres o hipotecas imposibles, endeudándose constantemente para pagar facturas. Fumadores que nunca dejan de serlo. A menudo decisiones absurdas, obviamente contraproducentes, y fácilmente reversibles.
Uno puede atribuir estas decisiones a torpeza, irracionalidad o desconocimiento, o algún factor cultural extraño de la sociedad de consumo. Sendhil Mullainathan, un economista de Harvard, y Eldar Shafir, psicólogo en Princeton, sin embargo,no lo ven así. Su último libro parte de una pregunta de investigación en apariencia muy sencilla: ¿cómo cambia el comportamiento de alguien en situación de pobreza?
La respuesta: lo cambia muchísimo. Para los autores, estar en una situación de escasez tiene un efecto claro e inmediato en cómo el cerebro procesa información y cómo toma decisiones. Cuando una persona tiene pocos recursos, todo el “ancho de banda” disponible en sus capacidades cognitivas básicamente se obsesiona con el corto plazo. Toda la energía, todos los esfuerzos se dedican exclusivamente a intentar solucionar el problema urgente que tiene ante sí, descartando cualquier decisión secundaria que no lo solucione de inmediato. No es que los pobres sean “tontos”; sencillamente su cerebro se obsesiona con el corto plazo.
A corte de ejemplo, el libro incluye el siguiente escenario:
The authors and two colleagues had a team of researchers approach shoppers at a mall in New Jersey. People were asked about their income and then classified (without their knowledge) as either poor or rich. Then they were asked a question: your car needs a repair that will cost you $150. You can take a loan, pay in full, or postpone service. How do you go about making this decision? After they answered, the subjects took tests that measured fluid intelligence and cognitive control.Poor and rich people did equally well on the test.But then the researchers changed one thing: instead of needing $150 for the repair, they would need $1,500. The rich subjects did as well on the intelligence and willpower tests as they had before. The poor group did not.Their scores dropped the equivalent of losing 13 or 14 IQ points — larger than the drop experienced by people who had just stayed up all night. Thinking about how to come up with $150 didn’t affect them. But thinking about coming up with $1,500 eroded their intelligence more than if they had been seriously sleep-deprived.
Simplemente el hecho de hacer a alguien justo de recursos sobre la dificultad de pagar una factura considerable bastó para que cambiaran sus respuestas en un test posterior, generando respuestas irracionales. La escasez genera un “efecto túnel” en el aparato cognitivo, como si nuestro cerebro reptiliano se conectara para buscar comida de forma desesperada.
Esto tiene varias implicaciones relevantes en el diseño de programas contra la pobreza; este artículo de NYT cubre varios escenarios interesantes. En estaentrevista en el Washington Post Mullainathan explica varias herramientas simples para corregir este problema, así como otros efectos curiosos como la capacidad de aplazar problemas y sus efectos. Una de sus respuestas, por cierto, me pareció especialmente relevante para la tierra de la precariedad y dualidad laboral:
To take another example, it’s very unclear how to think about economic instability. Unemployment is one issue, but consider the increase in hours-variability. People face a lot of variability in hours. The macroeconomist might think:Well, whatever. Labor income goes up. Labor income goes down. But that’s not all. You make a lot of decisions when your wages are tight and when your hours are low that have big consequences.
En un contexto de trabajo temporal e inestable, es bastante previsible que para muchos el ancho de banda en la toma de decisiones sufra este “efecto túnel”. En Estados Unidos esto se tradujo a menudo en hipotecas basura, entre otros productos de deuda espantosos, y el tristemente recurrente ciclo de pobreza en muchas ciudades. La brutal precariedad de una parte importante del mercado laboral español contribuye a crear estas trampas de pobreza a buen seguro.
Como de costumbre, vale la pena recordar algunos detalles: primero, es un estudio de behavioral economics. Aunque creo que es una forma interesante de enfocar esta clase de problemas, es relativamente fácil exagerar mecanismos causales en esta clase de explicaciones. Segundo, los resultados indican que el estado puede redistribuir riqueza de forma mucho más efectiva diseñando programas de asistencia teniendo en cuenta el efecto psicológico de la escasez, pero no puede hacer magia. Sigue haciendo falta dinero, sigue haciendo falta un estado de bienestar potente, y sigue haciendo falta tener un mercado laboral no diseñado por dementes como tenemos en España. Tercero, como bien insiste en la entrevista, uno puede tener un sistema de prestaciones de desempleo que se tome en serio estos efectos (reduciendo el cortoplacismo, ajustando plazos, etcétera) pero su efecto será muy limitado si la tasa de paro es elevada y ronda el 8-10% (sí, eso es “alto” en un país normal).
Aún así, los dos artículos enlazados valen la pena, y el libro es una buena extensión sobre el tema. A tener en cuenta al hablar de estado de bienestar cuando las cosas se estabilicen, al menos.