domingo, 22 de marzo de 2015

Jessica Jackley - Pobreza, Dinero y ... amor

Jessica Jackley is an American businesswoman and entrepreneur. She is best known for co-founding Kiva and later ProFounder, two organizations that promote development through microloans.
Jackley grew up in Franklin Park, Pennsylvania, in an evangelical Christian household.
She graduated from North Allegheny Senior High School in 1996.[1] She received her B.A. degree in philosophy and political science from Bucknell University in 2000[2] and an M.B.A. from the Stanford Graduate School of Business, with certificates in Public and Global Management.

Career

Jackley was the co-founder and CEO of ProFounder,[3] a platform that provided tools for small business entrepreneurs in the United States to access start-up capital through crowdfunding and community involvement.[4]
Prior to ProFounder, Jackley was co-founder and Chief Marketing Officer of Kiva, the world's first p2p microlending website. Jackley and Matt Flannery (now her ex-husband) founded Kiva Microfunds in October 2005.[citation needed]
Jackley is a Visiting Scholar at Stanford University’s Center for Philanthropy and Civil Society, and has taught Global Entrepreneurship at the Marshall School of Business at USC. She is a member of the Council on Foreign Relations, a 2011 World Economic Forum’s Young Global Leader, and serves as an active board member on several organizations championing women, microfinance, tech, and the arts, including Opportunity International, the International Museum of Women, and Allowance for Good.[citation needed]
Jackley has worked in KenyaTanzania, and Uganda with Village Enterprise Fund and Project Baobab. Jackley also spent three years in the Stanford GSB's Center for Social Innovation and Public Management Program, where she helped launch the inaugural Global Philanthropy Forum.[citation needed]
Jessica is a mentor of the The Girl Effect Accelerator, a two-week business accelerator program that aims to scale startups in emerging markets that are best positioned to impact millions of girls in poverty.[5][6]

http://www.ted.com/talks/jessica_jackley_poverty_money_and_love?language=es#t-118039

jueves, 19 de marzo de 2015

La psicología de la escasez

Dese a un grupo de estudiantes universitarios bien educados un juego a jugar en el cual ellos experimentan la escasez y ¿cómo se comportan? Resulta que muy similarmente a las personas que viven bajo una u otra forma de pobreza. Toman prestado más de lo que deberían, económicamente hablando, y están dispuestos a pagar un alto precio por el préstamo.
Eso es lo que Eldar Shafir, Profesor William Stewart Tod de Psicología y Relaciones Públicas de la Princeton University, descubrió gracias a sus experimentos con estudiantes de Princeton. Shafir, junto con Sendhil Mullainathan, profesor de economía en la Harvard University, desarrollaron un concepto que llamaron la «psicología de la escasez».
Compararon el vivir en la escasez con empacar una maleta de viaje. Si tienes una maleta pequeña, tienes que pensar muy bien qué vas a meter en ella y cuánto espacio abarcará. Por cada cosa nueva que pongas dentro, tienes que decidir qué vas a sacar para crear espacio. Por otro lado, las personas que empacan maletas grandes emplean muy poco tiempo pensando en lo que van a empacar, ya que hay bastante espacio para todo lo que podrían necesitar.

Vea la representacion grafica de la psicologia de la escasez.

Shafir y Mullainathan describen tres efectos derivados de vivir en la escasez:
  • Tunelización: Los horizontes temporales se acortan, ya que las personas se enfocan en manejar la siguiente crisis o necesidad inminente, lo cual les ocasiona también el descuido de otras necesidades o crisis.
  • Tomar prestado: Las personas tomarán préstamos a futuro para solucionar necesidades inmediatas, algunas veces a intereses muy altos, aun cuando esto los hará menos solventes a largo plazo.
  • Distracción: La escasez crea estrés, lo cual ocasiona que las personas desempeñen menos bien las tareas que implican tomar decisiones. [1]
Esta investigación ayuda a explicar algo de la psicología que puede conducir a una crisis de sobreendeudamiento, tal como la que ocurrió en Andhra Pradesh. Los recursos escasos conducen a una alta demanda de crédito y a la voluntad de pagar un alto precio por el mismo, permitiendo el rápido crecimiento del microcrédito. Si una institución de crédito se enfoca en su propio crecimiento y no en el bienestar de sus clientes, puede hacer préstamos que a largo plazo podrían empeorar las finanzas de sus clientes.

[1] Eldar Shafir and Sendhil Mullainathan, 2012, “On the Psychology of Scarcity,” («Sobre la Psicología de la Escasez») presentación ofrecida durante el Foro de Liderazgo en la Empresa Social 2012, Columbia Business School, Nueva York, NY, 18 de mayo de 2012, http://bit.ly/Shafir-Mullainathan2012.





Qué caro sale ser pobre: Las consecuencias de tener muy poco

El escritor afroamericano James Baldwin, precursor del movimiento por los derechos civiles, tenía una idea clara acerca de la carestía: “Cualquiera que haya lidiado con la pobreza sabe lo extremadamente caro que resulta ser pobre”. Aunque Baldwin se refería a los altos precios que tenían que pagar pobres y negros en una sociedad que les cerraba la puerta a cualquier tipo de oportunidad, bien podría referirse a las dificultades que encuentra cualquier persona con escasez de recursos en el devenir de sus días.
Se ha estudiado mucho acerca del contexto que rodea a la pobreza, pero muy pocos han abordado en qué medida la escasez de recursos –que es la esencia misma del pobre– está asociada a un tipo determinado de comportamiento. Anuj Shah,profesor de psicología de la Universidad de Chicago, quiso “entender por qué el hecho de ‘tener menos’ cambia el modo en que pensamos, actuamos y decidimos”. Sus conclusiones fueron publicadas la pasada semana en la revistaScience («Some Consequences of Having Too Little») y confirman lo que muchos ya habían observado: los pobres actúan normalmente de una manera que hace aún más difícil que salgan de la pobreza.
Estudios anteriores habían constatado que las personas con menos ingresos juegan más a la lotería, no se inscriben en los programas de ayuda, ahorran poco y se endeudan demasiado. Los expertos han tratado de explicar este tipo de comportamientos en términos ambientales, tratando de observar sus problemas con la vivienda o las finanzas, o tratando de entrever la propia personalidad de los pobres. Shah y sus colegas han tratado de ofrecer una visión alternativa, viendo la pobreza como escasez de recursos, no como un condicionamiento sociológico. En su opinión, una persona con escasez de dinero tiene problemas similares a, por ejemplo, una persona con escasez de tiempo. Sería por tanto la carestía de un recurso, la que determina un determinado comportamiento psicológico: tener menos hace que la gente se centre solo en sus problemas más inmediatos y descuide los menos urgentes.
La carestía tiene consecuencias psicológicas y ambientales
Para probar todo esto los investigadores estudiaron el comportamiento de un grupo de personas, a las que asignaron papeles de ricos y pobres en una serie de juegos, dando a los primeros más recursos que a los segundos. Se hicieron varios experimentos que demostraron cómo la escasez de recursos, incluso cuando se crea en laboratorio, produce un endeudamiento excesivo en las personas que la padecen, algo que es contraproducente y solo empeora la situación.
La psicología de la escasez está caracterizada por la estrechez de mirasLos investigadores sugieren que la carestía de cualquier tipo tiene dos consecuencias, que explicarían este comportamiento. La primera de ellas es ambiental, en la medida en que la escasez deja menos espacio para cometer errores: perder 20 euros es mucho más costoso cuando tienes un presupuesto de 100 euros que cuando tienes 10.000. Pero la segunda, que los investigadores señalan como más importante, es la psicológica. En su opinión, “la psicología de la escasez está caracterizada por una estrechez de miras, una tendencia a desviar la atención a un solo recurso limitado, que inevitablemente nos hace rechazar alternativas”. Por ejemplo, un comportamiento muy habitual entre las personas con menos recursos, gastar el dinero en una abultada factura de móvil o en el supermercado, sin guardar dinero para pagar el alquiler. En definitiva: ante la escasez de recursos tenemos a endeudar el futuro para aliviar las estrecheces del día a día. Esto conduce a una espiral de endeudamiento, bien documentada en otros estudios, que sólo lleva a que los pobres sean aún más pobres.
Otro de los aspectos que comprobaron los investigadores es que, pese a que la gente escasa de recursos presta más atención a sus elecciones y gastan más tiempo pensando en ellas, no son más productivos, pues finalmente acaban más fatigados y pierden demasiado tiempo centrándose en una sola cosa.
Para los investigadores, todo esto debería servir para que los gobiernos afinen sus políticas de asistencia social, dejando de tratar a los pobres desde un punto de vista sociológico para adentrarse en este aspecto psicológico, creando programas que enseñen a la gente en situación de carestía a manejar mejor sus reducidos recursos, ayudándolos a ahorrar y empujándolos a no endeudarse. 


Eldar Shafir: La psicología de la escasez: https://youtu.be/j4NFrlKWsWk

Ser pobre es una mierda

Hace unos años mi trabajo consistía en ayudar a familias con pocos ingresos a rellenar el papeleo para pedir servicios sociales.
En un país normal, donde el Estado no se dedica a juzgar la catadura moral de sus ciudadanos pobres, este es un trámite relativamente sencillo. Hay papeleo, sí, pero la mayoría de servicios como sanidad o acceso a guarderías públicas o bien son o bien aspiran a ser universales. Más allá de demostrar que tienes un pulso y confirmar que no eres un asesino en serie perseguido por la justicia, la Administración tiende a dejarte en paz.
Esto no es así en Estados Unidos. Cualquier persona de pocos ingresos que tenga que pedir alguna clase de ayuda, por desesperada que esté, tiene que rellenar una cantidad francamente deprimente de formularios, a menudo adjuntando una montaña enorme de documentación. Impresos de más de veinte páginas no son en absoluto inusuales, así como largas tardes al teléfono intentando convencer a un aburrido funcionario de servicios sociales de que es poco realista pedirle a un indigente una copia de su carnet de conducir y el teléfono de su casero, por mucho que esa sea una de las preguntas marcadas como obligatorias en la sección 5B.
A efectos prácticos, lo cierto es que me pasé meses de mi vida esencialmente rellenando formularios a cientos de personas de muy mal humor, siempre preguntándoles cosas privadas, embarazosas o directamente insultantes. Dice mucho de la paciencia y buena voluntad de la gente de Nueva Inglaterra que nadie me soltara una bofetada y que solo un par de veces se me liaran a gritos, porque realmente estaba haciéndoles un examen sobre sus vidas. Por muy buena voluntad que le pusiera, sin embargo, el tener que pensar sobre quién cumplía los requisitos para acceder a sanidad, cupones de alimentos y demás día sí día también acababa por hacer que juzgara a estas personas, aunque fuera un poquito. Siempre me contuve, intentando ser educado.
Hasta que un día me pasé de listo.
Era una mañana de junio y estaba en una pequeña ONG en New Haven, en un barrio hispano no demasiado agradable. Dos citas no se habían presentado, y no estaba de muy buen humor. Llevaba un rato sin clientes, aburrido en un despacho desvencijado leyendo artículos sobre trenes en internet. Fue entonces cuando llegó una mujer que no llegaba a la treintena, puertorriqueña, con sus dos hijos pequeños a cuestas, a ver si podía apuntarse al seguro médico y cupones de alimentos.
Un poco irritado, saqué el cuestionario y me puse a hacer toda la horrible batería de preguntas, inquiriendo sobre dónde vivía, dónde trabajaba, cuánto ganaba, cuántos ahorros tenía, qué coche conducía, si tenía historial delictivo, dónde vivía el padre de sus niños, y pidiendo que me detallara su situación familiar. Ser pobre a menudo significa someterse a estas pequeñas humillaciones, tristemente, e intenté ser amable, incluso con dos críos chillones interrumpiéndome en un despacho lleno de cachivaches.
Fue al preguntar sobre sus gastos cuando me pasé de listo. Por una serie de motivos regulatorios obtusos que no vienen a cuento, en la solicitud era necesario detallar cuánto se paga de alquiler, electricidad, calefacción, etcétera, no sea que alguien esté pidiendo ayuda sin pasar suficiente hambre. La factura de teléfono del mes pasado para esta pobre chica era de más de cien dólares, ya que además de teléfono e internet tenían contratada televisión por cable. No era la primera vez que me encontraba a alguien que no llegaba a final de mes con estos gastos, y siempre me callaba. Esta vez, sin embargo, no pude evitar juzgarla y decirle, con bien poco tacto, que quizás harían bien en ahorrar ese dinero en vez de malgastarlo en un lujo innecesario.
Por muy buena cara que la pobre mujer hubiera estado poniendo hasta entonces, esa fue la gota que colmó el vaso. Primero se quedó quieta, mirándome fijamente, frunciendo el ceño. Tras unos segundos de silencio, pidió a sus dos chavales que salieran fuera un ratito, que ya casi estaban. Una vez se fueron los niños, cerró la puerta y rompió a llorar, contándome entre sollozos que sabía que era un lujo, que sabía que era tirar dinero, pero que no podía hacerlo ya que sus hijos la odiarían por ello.
Ser pobre, me contó, es no poder hacer nada, nada en absoluto; es no poder ir a comer fuera, no poder llevar a los niños al cine, no poder comprarles juguetes o llevarlos a la ciudad. Es no poder apuntarlos a actividades extraescolares, porque no podía salir temprano de uno de sus dos trabajos para ir a recogerlos. Desde que recordaba, la palabra que más había repetido a sus hijos era «no». Dejarles sin Spongebob, sin poder hacer nada más que sentarse a mirar la pared cuando estaban en casa era demasiado. Y por supuesto, no era solo por sus hijos. Sin televisión, sin ese pequeño lujo que apenas podía pagar, no se veía capaz de aguantar esos días que volvía del trabajo a las once de la noche, cansada y oliendo a McDonalds, sin perder la cabeza. Ver la novela grabada y fumarse un cigarrillo. Era eso o no poder más.
La había juzgado, obviamente. Había juzgado que ese pequeño lujo, ese gasto innecesario, era una muestra de su falta de disciplina, de la falta de criterio que la había hecho pobre. Tenía dos hijos, estaba sola, fumaba y encima quería ver Dexter en la tele. No era digna.
Lo que no estaba viendo es que esta mujer, aún no llegada a la treintena, tenía dos empleos a tiempo parcial, dos niños llenos de energía y absolutamente nadie que la ayudara. No se había tomado unas vacaciones desde hacía años, y no sabía si temía más el verano porque no sabía dónde iba a meter a sus hijos mientras estaba en el trabajo, o porque le iban a reducir las horas en el curro y no podría pagar el alquiler. Su cansancio no era la clase de agotamiento que se va con una buena noche de sueño. Su cansancio era el de estar muerta de miedo todo el día, de forma constante, sin pausa, harta de que todo el mundo la vea como una fracasada y rota por dentro por la sospecha de que quizás tuvieran razón.
La pobreza es una mierda. Se ha hablado mucho estos días en Estados Unidos sobre si existe una «cultura de la pobreza», sobre si la gente con pocos ingresos lo que necesitan es menos servicios sociales que les rían las gracias y más lecciones sobre fortaleza moral. Ojalá fuera tan sencillo. La realidad es que cualquier persona medio normal que viva bajo los niveles de estrés, angustia y temor de estar cerca de la pobreza no tendrá las más mínimas ganas de que alguien le explique sus errores. Sencillamente estará demasiado agotado para prestarle atención.
Hay un libro sobre este tema absolutamente fascinante, publicado hace unos meses, llamado Scarcity: The New Science of Having Less and How It Defines Our Lives, de Senil Mullainathan y Eldar Shafir. El foco de los autores, su pregunta inicial, es explicar por qué los pobres toman decisiones que a menudo parecen irracionales. Por qué compran alcohol, juegan a la lotería, fuman o tienen televisión por cable. Por qué no ahorran y prefieren comprarse un televisor LED de cincuenta pulgadas a abrir una cuenta de ahorros.
Su conclusión, basada en una cantidad tremenda de evidencia empírica, es que los humanos tenemos un «ancho de banda» limitado a la hora de procesar información y tomar decisiones. Podemos atender unas pocas cosas a la vez, podemos preocuparnos por un número limitado de proyectos, pero llegado un determinado nivel de actividad y problemas que confrontar no damos más de sí. El «ancho de banda» disponible, sin embargo, no depende demasiado de la inteligencia o talento de cada individuo, sino que está fuertemente influenciado por el contexto. Alguien sin preocupaciones inmediatas puede procesar una cantidad considerable de información y tomar decisiones a largo plazo.
Cuando alguien afronta una situación de escasez material inmediata, sin embargo, su capacidad cognitiva se concentra en responder a esa amenaza, a ese riesgo inmediato, dejando de lado cualquier otro problema a afrontar. Alguien en la pobreza tiende a vivir obsesionado por lo inmediato, por el problema que tiene justo ahora mismo al frente. No hace planes sencillamente porque su cerebro no le deja pensar en nada más. Es una respuesta primaria, el cerebro de cazador-recolector obsesionándose con su necesidad imperativa de supervivencia. Y lo es hasta el punto de producir una reducción de la capacidad de razonamiento medible y verificable; un descenso del coeficiente intelectual de quince puntos solo por estar sufriendo ese estrés. Para haceros una idea, es el equivalente a tener que tomar decisiones tras una noche sin dormir.
La experiencia de la pobreza, el día a día de no saber cómo vas a pagar el alquiler, no saber qué vas a hacer con tus hijos, no saber cómo vas a poder alargar los treinta dólares para una compra que te llegue hasta el viernes, es algo increíblemente duro. Es angustioso para los adultos que viven en este mundo, y es aún peor para los hijos que crecen en una familia así, con padres que viven abrumados por este miedo constante. Para un niño crecer en un contexto de estrés tóxico, de inestabilidad familiar, padres agotados, gritos constantes y el temor constante de perderlo todo es extraordinariamente doloroso, especialmente durante la primera infancia. Crecer con algo parecido a estrés postraumático hace que salir de ese pozo sea algo mucho más difícil (las habilidades de aprendizaje se resienten, peores habilidades sociales, falta de modelos), perpetuando aún más el problema.
Cuando hablamos de pobreza, por tanto, nunca podemos olvidar lo extraordinariamente duro que es sufrirla. No estamos hablando de vivir en pisos pequeños, comer mal, no ir al cine o estar en un barrio feo de la ciudad. Estamos hablando de miedo, angustia y temor constantes, a menudo en solitario, sin que nadie se digne a prestarte atención.
Afortunadamente, sabemos cómo reducir la pobreza: el estado de bienestar puede hacerlo, y funciona bien en muchos países. El problema en España es que nuestro estado de bienestar no cumple con su cometido en absoluto. Pero de eso, me temo, hablaremos en otro artículo.



jueves, 12 de marzo de 2015

Vicente Ferrer. Entrevista Mayo 2002

Vicente Ferrer. Tengo 82 años. Soy catalán y vivo en Anantapur. Llegué a India hace 50 años como misionero jesuita, pero abandoné la orden. En 1969 me casé con Anne. Tenemos tres hijos: Tara, Yamuna y Moncho. Mi política es la acción: para hacer frente a los problemas hay que actuar sobre las causas. La Fundación Vicente Ferrer gestiona a través del Rural Development Trust un programa de desarrollo integral con la casta e los intocables.

Lo tengo todo resuelto.
¿Todo, todo?
Sí; no tengo ninguna duda, lo tengo todo clarísimo.
¿Y eso desde cuándo?
Mi camino siempre ha sido el de la acción, pero la reflexión ha corrido paralela a la vida, inconsciente, sin hacer ruido… y me he dado cuenta de que siempre he buscado lo mismo, siempre he sido el mismo.
¿Y quién es usted?
Yo era un niño bueno, tenía compasión, ayudaba a la gente, recogía dinero para un hospital… No sabía por qué lo hacía, pero es exactamente lo que trato de hacer ahora después de haberlo aprendido todo.
Entonces, ¿tiene respuestas?
Cuando era niño leí un libro que narraba la historia de una tribu de la edad de piedra que había perdido el fuego y durante generaciones estuvo buscándolo. Muchos años después, en India, una noche que estaba conduciendo camino de Bangalore me quedé absorto durante kilómetros mirando la luz roja del coche que iba delante de mí. Esa luz roja se mezcló en mi mente con el protagonista de aquel relato de infancia: el fuego, e inmediatamente me hice una pregunta: “Y tú, ¿qué has estado buscando durante toda tu vida?”.
¿Encontró la respuesta?
Fue inmediata: “Has estado buscando el significado del hombre”. Comprendí que mi búsqueda no había sido el misterio de la vida, sino el hombre. Y creo que esa búsqueda de quiénes somos es la que nos une a todos, porque la humanidad la constituyen todos los hombres juntos, no sus creencias.
¿La humanidad está unida?
Ya sé que no lo parece, pero los hombres tenemos como una antena que nos conecta y nos comunica entre nosotros. Dentro de cada uno de nosotros hay un poderoso radar que siempre va buscando y cuando encuentra a otro hombre hace que nos aproximemos a él. Aunque levantemos barreras, los otros nos importan, y nos importan porque cada uno de nosotros somos una minúscula parte de la misma cosa: la humanidad.
¿Por eso se nos humedecen los ojos ante el dolor ajeno?
La compasión es un impulso espontáneo común a todos los seres humanos, es el alma humana en estado puro, tal y como es antes de ligarla a cualquier razonamiento, es el punto último que une a todos los seres.
Es un hermoso secreto
Lo sé, pero no es una idea, una filosofía o una religión; es un hecho existencial, una conclusión a la que no le quepa duda: la fuerza compasiva nos lleva a unirnos a los demás y hace que, de alguna manera, el sufrimiento y las alegrías de los otros sean también los nuestros. Aunque no seamos capaces de ponerle remedio, los habitantes de los países ricos sienten y sufren por los pobres.
La pobreza del mundo nos arranca la ilusión a todos.
Así es, la tragedia de la pobreza, a la que vemos como una masa humana de rostro desfigurado, no amenaza solamente a los pobres, sino que también destruye espiritualmente a la humanidad. Destruye la fe y la esperanza, destruye nuestra propia alma.
¿Por eso siempre ha sido usted un hombre de acción?
Sí. Verá, en mi vida he experimentado dos rebeliones, dos elecciones esenciales. La primera ocurrió en Kodaikanal, en 1957. Acababa de terminar mi preparación dentro de la Compañía de Jesús. Vivía en una casa de oración dedicado desde un año antes a la vida espiritual y durante ese tiempo se fue produciendo en mí un cambio que me llevó a ver con claridad, no a Dios, sino a los hombres luchando en las tierras movedizas del sufrimiento.
¿Nació en usted una conciencia diferente?
Sí, hasta entonces yo quería dedicarme a la meditación y de repente la vida interior me producía una especie de angustia y un grito salió de mi interior: “No quiero leer más libros, ni rodearme de teorías y misticismos. Lo que he de hacer es pasar a la acción”. Desde entonces la acción ha dominado toda mi vida.
Vicente Ferrer lleva 50 años trabajando en India con los intocables, los pobres de los pobres, de los que dice la tradición que si los tocas debes lavarte después. Para cuatro millones de ellos construyó Ferrer 4.000 pozos, 596 embalses, 1.550 escuelas, 5 hospitales, miles de bancos para la mujer, 13 centros para discapacitados y ha plantado 11 millones de árboles en una zona que era desértica.
Fue muy criticado por abandonar a los jesuitas
Cuando el ser humano comienza a ligarse a creencias, su libertad espiritual disminuye. Para mí fue muy útil el tiempo que pasé con ellos, pero necesitaba recobrar mi libertad. La obediencia ciega es útil para ellos, no para mí; además, yo no sirvo para liturgias. Me atacaron mucho porque decían que yo no hacía un trabajo espiritual, pero yo creo que la buena acción es lo más espiritual que existe porque se moviliza todo: tus manos, tu mirada, tu corazón, tu pensamiento… Todo lo bueno que hay en ti se pone en movimiento. La acción contiene en sí todas las filosofías, todas las religiones, al universo entero y al mismo Dios.
¿Qué le llevó al noviciado?
Durante la guerra yo formaba parte de la 60 División comunista, la quinta del biberón. Una noche, a la hora del rancho, un comisario político me reclutó para formar un piquete de ejecución. Eran dos hombres de unos cincuenta años, estaban hundidos, no reaccionaron ni siquiera cuando se formó el pelotón. Me invadió una compasión incontenible. Miré al horizonte y allí apunté. Empezaba a comprender que mi lucha no tenía los mismos ideales. Dos meses después, en la madrugada del 24 de julio de 1938, tuve la revelación.
¿Qué revelación?
Estábamos en la batalla del Ebro, pero aquella noche reinaba la paz entre ambas orillas del río. Yo siempre por las noches me entretenía pensando e imaginando cosas. Vi entonces una noche de una oscuridad inmensa que lo ocupaba todo, pero allí a lo lejos había un punto luminoso, una pequeña llama.
¿Y por qué es tan importante?
¡Mujer, porque eso me lo solucionó todo! Gracias a esa imagen asumí la convicción de que Dios es. A partir de ahí siempre he querido ver el rostro de Dios. He leído muchos libros sobre Dios; todo el mundo, todas las culturas, se han dedicado a escribir libros sobre Dios. Entonces yo me planteo y te planteo, y ahí viene mi segundo descubrimiento: ¿cómo es posible que Dios necesite libros para que lleguemos hasta él?…
¿Quizá porque es un poco abstracto?
No; en realidad Dios lo ha hecho más simple. Dios es como nosotros, somos su imagen pero en pequeñito. Entonces, si quieres ver a Dios, escribe en un papel tus virtudes por insignificantes que sean, multiplícalas por el infinito y verás a Dios. Recuerdo que un día en una reunión con compañeros jesuitas, yo, que era el más payaso de todos, dije: “Creo que en estos años de teología he aprendido casi tanto como durante mis siete años de mili”.
¿Cuál es el recuerdo más luminoso de su llegada a India?
Era el año 1957 y éramos doce seminaristas de la Compañía de Jesús, como los doce apóstoles dispuestos a cualquier sacrificio y orgullosos con nuestro destino. Cuando travesábamos el canal de Suez vi a una niña que salía corriendo de una casa y se subía al trampolín de una piscina para saludarnos con la mano mientras gritaba con todas sus fuerzas: “¡Bon voyage, bon voyage!”
¡Que bonito recuerdo!
¿Por qué nos saludaba con aquella fuerza, con aquel amor? A medida que nos alejábamos la niña seguía gritando ymoviendo los brazos. No lo había aprendido de nadie, quería de forma natural: el amor se encuentra dentro de cada uno de nosotros. Cuando llegamos a Bombay el vagón se llenó de gente; recuerdo a un barbero que antes de que te diera tiempo a abrir la boca ya te había enjabonado y a un pequeño estafador que le vendió a un compañero un reloj en un bonito estuche. Cuando se bajó del tren y abrimos el estuche no había reloj. Para mí esa multitud eran héroes, gente de acción.
¿Y quiso ser como ellos?
Sí; quise ser uno más entre los seres humanos, seguir la línea del corazón, porque no tenemos más remedio que amarnos entre nosotros ya que todos formamos una unidad; y mientras eso no acabe de entenderse seguiremos luchando entre nosotros.
Durante once años, de 1957 a 1968, Vicente Ferrer aplicó su filosofía de la acción para ayudar a la casta de los dálits: cavaron pozos, crearon minibancos que daban minicréditos a los campesinos, organizaron campañas de vacunación… Pero sus acciones no gustaron a los políticos nacionalistas, ni a ciertas autoridades religiosas y, a la vez que era nominado para el Nobel de la paz, era expulsado de India. Las protestas populares amparadas por Indira Gandhi determinaron su regreso. Volvió a Anantapur, en el estado de Andhra Pradesh, al sur de India, una de las zonas más pobres, donde creó en 1969 el Rural Development Trust (RDT). Ese mismo año se casó con Anne Perry, una periodista inglesa.
¿Quién se atrevió a casarlos?
Un pastor protestante, que me dijo al final de la ceremonia: “Anne va a ser un ángel para ti”, y eso ha sido. Siempre que alguien le dice a mi esposa a modo de piropo que detrás de un buen hombre siempre hay una gran mujer se enfada y lo corrige: “Querrá decir al lado…”.
¿Cuántas veces se ha equivocado?
¿Equivocarme?… Si alguna vez me he equivocado es por no haber hecho más, pero hemos hecho muchas cosas… En realidad yo he venido a pasar unos días a España para pedir a los ciudadanos que se movilicen por el Tercer Mundo. Lo que yo sugiero es que todos somos responsables y que podemos hacer muchísimo. Los gobiernos cambian, los bancos pueden quebrar, pero el amor de los hombres no quebrará nunca. Los poderosos tienen poder y mucho dinero, pero los ciudadanos tenemos el poder de perseverar en hacer el bien.
¿Cuáles han sido los momentos más difíciles?
Cuando tuve que empezar de nuevo en Anantapur tras treinta años de trabajo. Todas las organizaciones que nos ayudaban se retiraron; en aquel momento no había posibilidad ninguna, todo estaba cerrado para nosotros. Pero mi vida ha sido fantástica pese a que me hayan operado tres o cuatro veces y tenga muchos dolores de cabeza…, eso es la vida. ¿Tú no has visto nunca las truchas?
Sí.
No las detiene nada, suben y suben, remontan el río. Si se encuentran con una pared, saltan y saltan hasta que la pasan. Las truchas nos enseñan mucho, a mí siempre me han inspirado; de hecho soy como una trucha.
¿Y cuál fue su segunda rebelión?
Esa ocurrió hace dos años en Anantapur. Si la primera rebelión me hizo abrir los ojos para ver las injusticias del mundo y volcarme en la acción rechazando todo pensamiento en el más allá, en la segunda voy todavía más allá.
Uff.
Sí, cuarenta y tres años después rechazo también cualquier conocimiento escrito para penetrar en los misterios del mundo y de Dios con la única ayuda de mi inteligencia y de los hechos, y ahí comienza el libro que estoy preparando, un viaje hacia dentro, hacia el fin último que es Dios.

sábado, 7 de marzo de 2015

La mujer que cuidó de 180 hijos

Gloria Iglesias, de 60 años, cuenta que ha tenido 180 hijos. No los parió ella, pero cuando 10 de ellos murieron los lloró como una madre. Les dio tantas oportunidades como solo son capaces de dar las personas de la misma sangre. E incluso algunas más, porque para cuando muchos de esos 180 hombres, la mayoría toxicómanos, entraron en su vida, la droga, las mentiras, y a veces también la vergüenza, habían roto todos sus lazos familiares. “Esta es mi familia”, asegura esta mujer menuda, exazafata de tierra para Iberia, en la casa de acogida que fundó en Madrid hace 15 años, Proyecto Gloria. “Soy la madre de todo el que entra por la puerta”. Dos intentaron matarla. Los siete con los que se ha despertado este jueves, y muchos de los que ya se han ido de la casa, darían hoy su vida por ella.

Gloria llevaba un año separada de su marido cuando creó una ONG que era ella misma. A mucha gente le costó entenderlo. Su propia madre le decía: “Con la vida que puedes tener...” Perdió muchas amistades. Los que pensaron que se había vuelto loca por irse a vivir con enfermos de sida; por meter en su casa a esas personas que a otros les hacen cambiar de acera. “Decidí hacer esto porque al bajarme en la estación, de vuelta del tren de Lourdes, vi que muchos dormían esa misma noche en un cartón. No eran niños, ni ancianos, a los que siempre alguien quiere ayudar. No tenían a nadie, iban a morir solos. Monté esta casa para que tuvieran un techo y se sintieran personas dignas. He sufrido mucho, pero lo volvería a hacer porque soy muy creyente y me gusta pensar que cuando me vaya al otro mundo llevaré la maleta llena. He aprendido mucho con ellos. De paciencia, tolerancia, de la gente, de la vida...”.

Con la franqueza de un espejo, los rostros de esos 180 hombres a lo largo de tres lustros muestran cómo ha ido cambiando el perfil de la exclusión social en España. Durante muchos años Gloria acogió a esos fantasmas que poblaban Las Barranquillas, el que fue el gran hipermercado de la droga de Madrid, y que un día llamaban a su puerta asustados después de ver morir a un amigo; a hombres que habían crecido en sitios donde veían más droga que juguetes, donde habían sufrido maltratos o abusos sexuales. Al principio, sus compañeros de piso venían de barrios marginales, de lugares en los que nadie había pisado ni pisaría jamás la T-4 del aeropuerto de Barajas en la que Gloria trabajaba cada día.

Luego empezaron a llegar “hijos de familias bien”. Chavales que se fundían sus primeros sueldos en drogas de diseño y coca. A Gloria aún le duele que después de cuidar durante meses a un chico con sida que recogió en la calle sus padres no le dejaran despedirse de él antes de morir. “Les daba vergüenza que el resto de la familia supiera que había estado en una casa de acogida”, recuerda. “Me prohibieron ir al hospital primero, y al entierro después”.

Por su casa también ha pasado un militar que estuvo en Afganistán, un médico extranjero que se quedó en la calle... “Esto empezó siendo una casa para drogodependientes, pero se ha convertido en una casa para gente sin techo. Para gente normal que pierde el trabajo y luego la casa y luego la familia... Ahora tengo a un ingeniero de 63 años, Joaquín. Le echaron con la crisis, le desahuciaron y no tenía a dónde ir”.
Luis (nombre falso) no quiere salir en la foto que ilustra este reportaje. Fue uno de los primeros inquilinos de Proyecto Gloria. Estaba enganchado a todas las drogas. Se rehabilitó, rehizo su vida y se marchó. Pero años después ha tenido que volver porque con la crisis perdió un pequeño negocio que había montado con mucho esfuerzo. “No le ha dicho a su familia que vuelve a estar aquí. Le da vergüenza”, explica Gloria.

Joaquín y Luis han sido de los últimos en llegar a la casa. La mayoría de compañeros de piso de Gloria llevan años con ella, pese a haberse rehabilitado. “Unos nos quedamos porque en la vida normal no nos sentimos fuertes. Aquí te sientes seguro porque todos los días se hacen controles de alcoholemia, dos veces por semana de drogas... y porque está ella. También porque muchos están enfermos después de la vida que han llevado”, explica Pedro, que lleva ocho años en la casa.

Mantener su propia ONG le cuesta a Gloria casi 6.000 euros al mes, entre el alquiler de la casa, el sueldo del trabajador social, Rey, y el arrendamiento de los locales donde guardan muebles que recogen para restaurar y vender en un rastrillo. “He perdido muchísimo dinero con esto. No quiero ni pensarlo. La comunidad de Madrid nos daba una subvención, pero con la crisis se acabó y cayeron también las donaciones particulares. Con la crisis, además, todo el mundo se ha puesto a hacer rastrillos y esa competencia nos está matando”. Caja Madrid les regaló una furgoneta. Está llena de abolladuras porque siempre hay alguien cabreado que al ver el logo del banco, les tira una piedra.

Preguntados por dónde se ven dentro de 10 años, la mayoría de los inquilinos de Gloria responden: “Aquí”. Y cuando se les pregunta dónde creen que estarían ahora si ella no se hubiese cruzado en sus vidas, todos contestan lo mismo: “Muerto o en la cárcel”.

Antonio tiene claro que le debe la vida a esta azafata de Iberia. Se lo llevaron a casa desde un albergue para que no muriera solo. Le dijeron que le quedaba una semana de vida. Tenía sida, tuberculosis, pesaba 40 kilos y aún no había cumplido los 35. Pero Gloria se empeñó en sacarlo adelante. Y Antonio, que se había quedado huérfano con cinco años, por no decepcionar a aquella mujer que insistía tanto en que viviera, vivió.

La gratitud se convirtió en esta casa en la más potente herramienta de rehabilitación. Estaban tan desconcertados y agradecidos con aquella desconocida que se había hipotecado hasta las cejas —la segunda casa en la que vivieron la pagó ella con cinco avales de compañeros y amigos— para darles una oportunidad que hicieron lo posible por no defraudarla.
Por no defraudarla, Antonio, que había estado en casi todas las cárceles de España por robar coches, aceptó el trabajo que Gloria le consiguió como vigilante nocturno en un parking. “Cuando entré en aquel garaje y vi el tablero lleno de llaves de BMW, de Mercedes... salí corriendo detrás de Gloria. ‘No puedo trabajar aquí. ¡Es una tentación!’ Y ella me dijo: ‘Yo confío en ti’. Era la primera persona en mi vida que me decía eso”. Antonio sigue trabajando allí. Tiene un contrato indefinido.

Y por no defraudarla se sacó el graduado escolar. Apenas sabía leer y escribir. Cuando empezó a estudiar, Antonio, portugués, llamaba “las balnearias” a las Baleares. Gloria movilizó a compañeros de Iberia para que le dieran clases. En tres meses, aprobó el examen. “Cuando me dieron el diploma... Eso fue la hostia”.

Fede se bebía “hasta el agua de los floreros”. Lleva 12 años sin tocar el alcohol. Pi empezó a consumir heroína a los 16. Su hermano murió de sobredosis. “No tuve juventud, pero ahora tengo muchas ilusiones. Quiero hacer las cosas que me he perdido”. Carlos dejó la casa en diciembre para casarse con la chica con la que había rehecho su vida después de limpiarse. Gloria fue la madrina de la boda.

Al principio, tenían recaídas. A Gloria le ha tocado ir a buscarles a las tres de la mañana a Las Barranquillas más de una vez. En estos 15 años, le han dado varias anginas de pecho, y aunque en alguna ocasión ha pensado en tirar la toalla, nunca se ha rendido. Sus 180 hijos la han hecho sufrir mucho. Pero también le llevaron una vez a la tuna para que le cantara y la presentaron por sorpresa al premio de voluntaria del año con una carta que entre otras cosas, decía: “Pero ella sigue estrujándonos, aún sabiendo que somos piedras...”. Y lo ganó.

Referencias:

http://politica.elpais.com/politica/2015/02/04/actualidad/1423047162_029541.html

http://www.elconfidencial.com/sociedad/gloria-iglesias-azafata-iberia-toxicomanos-20100306.html

Los pobres no necesitan que les ayuden

Una niña describe cómo sus padres están sin trabajo y muchas veces no tienen para comer. Cuando le preguntan qué quiere hacer de mayor, responde. “ayudar a los pobres”, como si los pobres fueran ajenos a su realidad.


Gonzalo Fanjul empieza así su intervención en el mini foro de Davos que se celebra estos días en Madrid. Esta sesión tiene por objetivo que las personas que sufren la pobreza relaten su realidad en primera persona, sin intermediarios. Esta sesión pretende llevar la voz de esta gran mayoría, los pobres, a uno de los foros más influyentes del mundo.
Los pobres no necesitan que los ayuden. Esa es la primera gran idea. Como decía Daniel Palomeque “No se trata de que intenten darnos de comer con las migajas que les sobran. Las realidades se cambian de abajo arriba y no al revés. Nosotros estamos uniéndonos y trabajando para cambiar nuestra realidad y lo estamos consiguiendo”.

Daniel tiene 21 años, trabaja desde los 16 para poder ayudar a sus padres que, pese a que trabajan todo el día, tienen dificultades para cubrir sus gastos familiares. Combina trabajos esporádicos con el cuidado de su abuela, que no se puede quedar sola en la casa de la familia. David cuenta historias sencillas de una realidad muy lejana a la que refleja el auditorio de la Rafael del Pino con el logo de los Global Shapers proyectado en la pantalla detrás.

 Montse Dominguez dirige magistralmente la entrevista, y se gira hacia Daniel Gomez. Sus padres también trabajan, por suerte, pero tiene un hermano con una discapacidad. Con la ayuda de 500 euros al semestre es imposible hacer frente a los gastos mensuales de su hermano. Son jóvenes que nada tienen que ver con los NINIS. Quieren trabajar, quieren avanzar, quieren cambiar su realidad y la de los que les rodean, porque es justo, ¿por qué ellos no y otros si? Cuando acaba la entrevista hay una ovación cerrada. El público está estremecido.

Para poder seguir leyendo ahora tiene que parar y ver este cortometraje documental de 7 minutos, No Job Land.




Elsa Carmona, la pelirroja protagonista del documental, magnífica, despliega su energía sobre el escenario. “Soy pobre. Lo sé. Pero cuando me veo en el documental no me reconozco. Mi marido y yo nos hemos unido y hemos hecho una bola a nuestro alrededor que nos protege y nos permite seguir adelante. Estoy de acuerdo con los chicos, a nosotros nadie nos va a salvar, nos vamos a salvar nosotros solos unidos frente a este desastre”.
Y llega el momento de Zannou, aclamado director de “El truco del manco”. El escenario le sienta bien, pinta muy estiloso e interesante sentado cómodamente en el sillón de diseño. “A mí no me gusta que me saquen fotos. Nunca me gustaron las fotos porque siempre fui tan mal vestido que no soportaba verme retratado. Estamos aquí hablando al calor y pienso en el frío que hace fuera y me estremezco al pensar en mis padres. El acero en el frio es un elemento helado, y mis padres estarán montando esa gélida estructura de acero del mercadillo en el que trabajan.” Elegantemente, sin miedo ni vergüenza pero tampoco orgullo o desafío, Zannou esboza su infancia, su adolescencia y hasta nos cuenta lo mal que se sintió al recibir el Goya. No es justo que todo cueste más, que el nacer en un tipo de condiciones te estigmatice de por vida. La injusticia es permanente y el individuo se subleva con rabia y coraje.
“La rabia yo la transformo en imágenes, en la superación que me convirtió en director de cine. Pero otros se la quedan dentro, y un día esa rabia rebosará. El exterior es insensible a nuestra realidad pero un día nosotros acabaremos por ser insensibles a la suya. Y entonces ya veremos qué es lo que sucede y quien se beneficia de ello.”
¿Y la política? “Yo no creo en los políticos” dice Elsa. “Yo sin embargo sí [asegura Zannou]. Pero no hay gente como nosotros en los entornos políticos. Cuántos gitanos, musulmanes, latinoamericanos o negros hay en las primeras filas de los partidos. Ninguno.” Montse mira a Zannou y le pregunta, “Tú no has pensado dedicarte a la política” “Antes de los 20 hice cosas mal, fui lo que se dice un delincuente…”… Prefiero delincuentes como tú a los aparecen cada día en las noticias sobre política nacional, hemos debido pensar unos cuantos.
Es imposible recoger aquí todo lo que ha sido la sesión. Yo me quedo con la certeza de que la empatía nace del roce, de conocimiento real, no novelado, y reciproco de lo que pasamos todos. Yo no voy a renunciar como persona a encontrar el modo de trabajar junto a gente como Elsa, Zannou y los Danieles para que todos tengamos las mismas oportunidades. Con eso me quedo.

QUE NO HAY LUZ! QUE NO HAY LUZ!, a tientas coño si hace falta te levantas, y avanzas que con esfuerzo alegría detalles e ilusión el niño de la guerra nacido en la noche hoy cumple su misión.

A tientas. BSO del Truco del Manco



Referencias:

http://blogs.elpais.com/3500-millones/2015/01/los-pobres-no-necesitan-que-les-ayuden.html